
Cuando dejamos de hablar por teléfono ese día,
tu voz en mis oídos no me dejaba dormir.
Recorría mis oídos como si fueran caricias
y yo abrazado a mi almohada parecía enloquecer.
De a poco me fui metiendo entre almohadones de seda,
un sueño te trajo a mi y en un sin fin de caricias,
comenzamos a vivir una hermosa sinfonía.
Mi boca buscó tu boca con avidez de sediento,
las lenguas se entrelazaban como serpientes danzantes,
no sé cuantas fantasías me susurraste al oído
y yo exploré de tu cuello cada trocito de piel.
Tus ávidas manos rozaban cada espacio de mi cuerpo
y yo libaba la miel que me ofrecían tus pechos,
fui bajando lentamente y bebí de tu humedad,
desde lejos escuchaba la tenue voz que clamaba
entre gemido y suspiro que me haga cargo de ti.
Entré en ti y comenzamos la danza,
embriagados de placer suspirábamos los dos,
la sed de amor de tus labios, de tus senos y tu cuello,
frenéticamente mis labios pretendían saciar.
Cuanto más te saboreaba mas deseaba tu sabor,
de pronto como un volcán estalla dentro de ti
la sabia de la pasión que brota del corazón,
el licor que se derrama para apagar la ansiedad,
de gozo nos sabe a gloria, nos sabe a ambos a paz.
De a poco se va apagando la brasa en el interior,
los labios sin separarse siguen saciando su sed,
la calma nos va llegando después de ese frenesí
y la ternura aparece luego de tanta pasión.
De pronto salto en la cama al notar que estaba solo,
soñé contigo al instante que me quedara dormido,
molesto y transpirado me enojé conmigo mismo
y me puse a recordar cada etapa de ese sueño,
una sonrisa ligera apareció en mi rostro,
mientras mis manos discaban tu número de teléfono
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